Cardenal Mazarino

Jules Mazarino nació como Giulio Mazarino el 14 de julio de 1602, en Pescina, un pueblo en los Abruzos, Italia. Comenzó su carrera como soldado y diplomático al servicio del Papa. En esta posición conoció al cardenal Richelieu en 1629 y decidió transferir su lealtad a él. Se ganó el respeto de Richelieu actuando en interés de los franceses en lugar de los del Papa, en las negociaciones de un tratado. Fue a Francia como nuncio papal en 1636 y fue naturalizado como sujeto francés en 1639. En 1641 Richelieu persuadió al Papa de nombrar cardenal a Mazarino, aunque no fuera sacerdote.

Antes de que Richelieu muriera en diciembre de 1642, recomendó a Mazarino a Luis XIII como su sucesor, y el rey aceptó. Luis XIII murió en mayo de 1643, y el regente de Luis XIV, de cinco años, fue su viuda, Ana de Austria. La nobleza dio la bienvenida al cambio. Ana era conocida por haber sido enemiga de Richelieu, y Mazarino, aunque reconocido como su candidato, era universalmente considerado como suave, congraciante e inofensivo. Ante el asombro de todo el mundo, Ana confirmó a Mazarino como primer ministro, y pronto quedó claro que estaba enamorada de él. Es posible, aunque no hay prueba, de que más tarde se casaran en secreto. Permanecieron amigos íntimos y aliados hasta el final de la vida de Mazarino.

La tarea de Mazarino era mantener la autoridad real establecida por Richelieu y ganar la guerra contra Francia y España que se había iniciado. Austria se humilló ante la Paz de Westfalia en 1648; la guerra con España se prolongó hasta 1659. El mantenimiento de la autoridad real fue la tarea más difícil. Los nobles, que habían cedido a regañadientes a Richelieu, no aceptaban a su sucesor, que era despreciado como un extranjero de condición humilde y que se creía de poco carácter. El país estaba amargado por los impuestos dictados por Richelieu para apoyar la guerra, y su creciente resentimiento encontró su expresión más peligrosa en el Parlamento de París, cuya oposición fue apoyada por todas las clases de la ciudad.

Para suprimir la rebeldía que inmediatamente surgió en París, Mazarino tuvo que invocar al príncipe de Condé, primo del rey y un general muy exitoso. Al hallarse indispensable, Condé se volvió intolerablemente codicioso y arrogante, y Mazarino finalmente lo detuvo a él ya sus amigos. El resultado fue que la guerra civil que ya había estallado se hizo mucho más severa, y varias veces parecía como que Mazarino no sobreviviría.

Esta guerra era llamada la Fronda, un nombre utilizado hasta el día de hoy en Francia para denotar una oposición irresponsable. París, dirigida por su Parlamento, se había rebelado en 1648. Cuando esta revuelta se estableció un año más tarde, pronto fue seguida por la ruptura con Condé. Más humano que Richelieu, Mazarino encarceló a sus enemigos, pero no los mató, y como resultado no pudo hacerse temer. La Fronde se prolongó hasta 1653, pero al final, gracias a su propia inteligencia, la lealtad de la Reina y los errores de sus enemigos, Mazarino resultó completamente victorioso.

El resto de su vida, Mazarino fue el conductor indiscutido de Francia. Su triunfo final llegó con la Paz de los Pirineos en noviembre de 1659. Francia finalmente había vencido a España y fue recompensado con adquisiciones territoriales y el fatídico matrimonio de Luis XIV con una princesa española. Cuando Mazarino murió el 9 de marzo de 1661, había cumplido su tarea tal como la veía. Él también había acumulado una fortuna colosal para sí mismo.

De alguna manera, Mazarino fue un digno sucesor de Richelieu. Detrás de una máscara de afabilidad, estaba igualmente resuelto a no tolerar ninguna oposición; su método de eliminarla era más tortuoso y mucho menos sangriento pero igualmente eficaz. En la medida de lo que un hombre pudiera haber hecho, cumplió el propósito declarado de Richelieu de hacer "el rey supremo en Francia y la Francia suprema en Europa". Pero, a diferencia de Richelieu, no se interesó por el desarrollo económico o cultural de Francia. Una vez terminada la Fronda, el país simplemente se estancó. La recuperación que vino en la década de 1660 fue esencialmente obra de Jean Baptiste Colbert, a quien Mazarino había elegido y recomendado al Rey.