El médico
Carlos Juan Finlay y Barrés nació en Puerto Príncipe (ahora Camagüey), Cuba, el 3 de diciembre de 1833. De padre escocés y madre francesa, su familia vivía en Trinidad. Una tía que tenía una escuela en Edimburgo fue su tutora hasta los once años; luego fue a Francia para seguir una educación más formal. Allí desarrolló una severa corea que lo dejó con una dificultad del habla - un seseo - que nunca perdió. En 1851, ya de regreso en Cuba, casi muere de fiebre tifoidea. Impertérrito,
Finlay se convirtió y fue toda su vida un ávido deportista, nadador y jinete a caballo. Además de español, manejaba fluidamente el inglés, francés y alemán.
Finlay asistió al Jefferson Medical College en Filadelfia, donde estudió con Robley Dunglison y John K. Mitchell y su hijo, Weir. Se graduó en 1855, rechazando lucrativas ofertas para practicar en la colonia española de Nueva York. Después de un breve viaje al Perú, se estableció en La Habana, donde practicó medicina general y oftalmología.
Para la época, en Filadelfia, John Mitchell enseñaba que la malaria y otras fiebres epidémicas eran causadas por organismos vivos. En 1879 la Comisión de la Fiebre Amarilla de los Estados Unidos en La Habana concluyó que la fiebre amarilla era transmisible y que su vector que estaba probablemente en el aire, atacaría a la persona una sola vez, y produciendo una enfermedad específica, auto-limitante. Finlay había escrito mucho acerca de la fiebre amarilla como el resultado de influencias telúricas, miasmatas y condiciones meteorológicas. Había teorizado que la suciedad se había convertido en algún hipotético germen vegetal-animal y había sugerido que la alcalinidad del aire causaba fiebre amarilla. Trabajando en estrecha colaboración con la Comisión, sugirió que la enfermedad era transmitida por el mosquito doméstico Culex fasciatus, ahora llamado Aedes aegypti.
Finlay pensó que la picadura del mosquito actuaba en la transferencia del virus de la misma manera que una aguja sucia actúa en la transferencia de la hepatitis. Consideraba que la causa morbífica de la enfermedad se transmitía de la sangre de un paciente infectado a una persona sana, pero no mencionaba ningún cambio en el material así transferido. Desde 1881 hasta 1898 llevó a cabo 103 experimentos en los que indujo a los mosquitos a morder a los pacientes de fiebre amarilla y morder a inmigrantes recientes sanos (que se ofrecieron voluntariamente para el experimento, sabiendo que eventualmente contraerían fiebre amarilla de todos modos). Los experimentos carecían de control, porque ninguno de los sujetos de Finlay era mantenido dentro de un lugar o alejado de los pacientes que tenían fiebre amarilla. De los protocolos se sabe que la fiebre amarilla probablemente no se transmitió; los experimentos no fueron aceptados por médicos y estudiantes de la enfermedad en Cuba o en otros lugares. Finlay se convirtió en el hazmerreir de los médicos ortodoxos de La Habana.
Finlay pensaba que un mosquito que extrajera sólo un poco de sangre y estuviera sólo ligeramente infectado, produciría una enfermedad leve que conferiría inmunidad. Aunque era un observador astuto y un médico espléndido y bondadoso, no estaba entrenado como investigador, pero todo lo que investigaba era notable. Cuando la Junta de Fiebre Amarilla -Reed, Lazear, Agramonte y Carroll- llegó a La Habana en 1900, Finlay les proporcionó un diagnóstico de fiebre amarilla epidémica y experimental, una función esencial, ya que no había pruebas de laboratorio.
En 1900 Walter Reed y la Junta excluyeron la suciedad como vía para la infección, encontrando que el bacilo de la fiebre amarilla de Sanarelli era el organismo familiar del cólera de cerdo, y mostraron que el virus era transmisible de la hembra mosquito de un paciente afectado sólo durante los primeros dos a tres días del curso de la enfermedad. El mosquito entonces debía incubar el virus por cerca de dos semanas antes de que su mordedura pudiera infectar a una persona susceptible.
Finlay estaba en lo cierto al nombrar al mosquito como el vector de la enfermedad y en identificar la variedad de mosquitos. La precisión de su hipótesis es admirable, pero sus ideas fueron olvidadas -como lo fueron las propuestas similares de Josiah Nott en Alabama en 1854. Tal vez en la expiación por su rechazo a sus ideas, los cubanos han hecho de Finlay un héroe nacional, un honor merecido por la brillante hipótesis a la que se aferró firmemente en contra de la incredulidad universal. Felizmente vivió para ver que estaba en lo correcto. Fallecipo en La Habana, Cuba, el 19 de agosto de 1915. En su honor, la Confederación Médica Panamericana aconsejó celebrar el 3 de diciembre, día de su nacimiento, el Día del Médico; así se celebra en la actualidad en varios países de América.