Eugenia de Montijo

Hija de un noble español que luchó en el bando francés durante la Guerra Peninsular de Napoleon Bonaparte en España, Eugenia fue a París cuando Luis Napoleón se convirtió en presidente de la Segunda República en diciembre de 1848. Se casaron en enero de 1853 después de convertirse en el emperador Napoleón III.

El 16 de marzo de 1856, Eugenia dio a luz a un heredero imperial, Napoleón-Eugène-Louis Bonaparte. Preocupada por el futuro de su línea familiar, comenzó a tomar un papel activo en asuntos políticos. En al menos tres ocasiones sirvió como regente (1859, 1865, 1870) en ausencia de su esposo y ciertamente fue algo más que un testaferro. Católica romana devota, apoyó las causas ultramontanas (que favorecían un papado fuerte) y se opuso a las políticas italianas de su marido que dieron como resultado la pérdida de poder temporal para el Papa. A menudo se le acredita tener una voz preponderante en la decisión de crear un reino de México patrocinado por Francia (1861).

Eugenia, especialmente sensible por sus orígenes, apoyó la oposición francesa a un candidato prusiano para el trono vacante español, en la controversia que precipitó la Guerra Franco-Alemana de 1870. Después de la Batalla de Sedan (1 de septiembre de 1870) ella se unió a su familia en el exilio en Inglaterra y, después de la muerte de su marido (1873), siguió desempeñando un papel dominante en las actividades políticas bonapartistas. Cuando su hijo murió (1879), ella asumió el papel de la gran dama en el exilio.