Pedro López de Ayala

Pedro López de Ayala nació en Vitoria, en el País Vasco, y su larga y fructífera vida abarca los reinados de seis reyes de Castilla: Alfonso XI, Pedro el Cruel, Enrique II, Juan I, Enrique III y Juan II. Fue educado por su tío, el cardenal Barroso, con quien visitó la corte papal en Aviñón. En 1353 ingresó en la casa real de Pedro el Cruel. A partir de entonces, su nombre está indisolublemente ligado a las guerras y los conflictos civiles que caracterizan la historia castellana de ese período.

López de Ayala sirvió bien al rey Pedro, hasta que la rivalidad entre el rey y su hermano ilegítimo Enrique de Trastamara desembocó en una guerra civil. López, al ver que "los asuntos del rey no iban bien" (como recordó en su Crónica de Pedro I), desertó al príncipe Enrique. Como protector de Enrique, luchó en la batalla de Nájera (1367), donde fue tomado prisionero a pesar de su valentía, por Eduardo el Príncipe Negro, porque Inglaterra había intervenido del lado del Rey Pedro. Rescatado poco después, López volvió a servir a Enrique, quien, después de asesinar a su hermano, se coronó rey de Castilla en 1369. López ahora disfrutaba del favor real y acumulaba riquezas y honores con Enrique II y su hijo Juan I, a quienes sirvió fielmente. y también como diplomático y soldado. Los portugueses lo tomaron prisionero en la derrota de Aljubarrota en 1385 y lo mantuvieron encadenado en una jaula de hierro. De vuelta en Castilla, recibió nuevos honores, y en 1398 Enrique III lo convirtió en gran canciller del reino. López murió en Calahorra 9 años después.

Esta rica experiencia humana se combinó con extensas lecturas que le dieron a López una cultura notable, incluso para los estándares del humanismo temprano. Como poeta, es autor del Rimado de palacio, el último ejemplo de cuaderna via (una forma poética de 14 sílabas), cuyos 8.200 versos, en diferentes métricas, tocan una variedad de temas. Tradujo o encargó traducciones de San Gregorio (Moralia), Giovanni Boccaccio (De casibus), Livio (I, II, IV), Boecio (De consolatione) y San Isidoro (De summo bono ), así como otras obras, que se han perdido. Pero su principal reputación es como historiador. Escribió las crónicas de los reyes a los que sirvió (Pedro I, Enrique II y Juan I y comenzó una sobre Enrique III), y en ellas inauguró en Castilla el género del retrato literario. Su vida y obra fueron resumidas acertadamente por el gran crítico español Marcelino Menéndez Pelayo cuando dijo: "Fue nuestro primer hombre moderno".