El
Cid, también llamado
El Campeador ("el Campeón"), de nombre
Rodrigo, o Ruy, Díaz de Vivar, nació hacia 1043, en Vivar, cerca de Burgos, Castilla (España); fue un líder militar castellano y héroe nacional. Su nombre popular,
El Cid (del árabe español al-sid, "señor"), le fue dado durante su vida.
Vida temprana
El padre de Rodrigo Díaz, Diego Laínez, era miembro de la nobleza menor (infanzones) de Castilla. Pero su trasfondo social era menos desfavorecido de lo que a la tradición popular posterior le gustaba suponer, porque estaba directamente conectado, por el lado de su madre, a la gran aristocracia terrateniente, y fue criado en la corte de Fernando I, en la casa del hijo mayor del rey, el futuro Sancho II de Castilla. Cuando Sancho sucedió al trono castellano (1065), nominó al Cid, por entonces de 22 años, como su abanderado (armiger regis), o comandante de las tropas reales. Este ascenso temprano a un cargo importante sugiere que el joven Cid ya se había ganado una reputación por su destreza militar. }
En 1067 acompañó a Sancho en una campaña contra el importante reino moro de Zaragoza y jugó un papel principal en las negociaciones que hicieron de su rey, al-Muqtadir, un contribuyente a la corona castellana.
Fernando I, al morir, había dividido sus reinos entre sus diversos hijos, dejando León a su segundo hijo, Alfonso VI. En 1067 Sancho comenzó una guerra contra este último con el objetivo de anexar León a sus poseciones. El Cid tuvo un prominente papel en las exitosas campañas de Sancho contra Alfonso, pero se encontró en una situación incómoda en 1072, cuando Sancho, sin hijos, fue asesinado mientras asediaba Zamora, dejando al destronado Alfonso como su único heredero posible.
El nuevo rey parece haber hecho todo lo posible para ganarse la lealtad del defensor más poderoso de Sancho. Aunque el Cid ahora había perdido su puesto como armiger regis a manos del conde García Ordóñez (que se se convirtió en su peor enemigo), y su antigua influencia en la corte naturalmente disminuyó, se le permitió permanecer allí; y, en julio de 1074, probablemente por instigación de Alfonso, se casó con la sobrina del rey, Jimena, hija del conde de Oviedo. Así se alió por matrimonio a la antigua dinastía real de León. Muy poco se sabe sobre Jimena. La pareja tuvo un hijo y dos hijas. Su hijo, Diego Rodríguez, fue asesinado en la batalla contra los invasores almorávides musulmanes del norte de África, en Consuegra (1097).
La posición del Cid en la corte era, a pesar de su matrimonio, precaria. Parece que se pensó que era el líder natural de aquellos castellanos que no estaban de acuerdo con ser gobernados por un rey de León. Ciertamente le molestaba la influencia ejercida por los grandes nobles terratenientes sobre Alfonso VI. Aunque sus biógrafos lo presentarían más tarde como la víctima irreprochable de enemigos no escrupulosos y de la voluntad de Alfonso de escuchar calumnias infundadas, parece probable que su inclinación a humillar públicamente a hombres poderosos, haya contribuido en gran medida a su caída. Aunque más tarde se mostraría astuto y calculador como soldado y como político, su conducta frente a la corte sugiere que el resentimiento por la pérdida de su influencia, como resultado de la muerte de Sancho, pudo haber socavado temporalmente su capacidad de auto-control.
En 1079, durante una misión en la corte del rey moro de Sevilla, se vio envuelto con García Ordóñez, que estaba ayudando al rey de Granada en una invasión al reino de Sevilla. El Cid derrotó al notablemente superior ejército de Granada en Cabra, cerca de Sevilla, capturando a García Ordóñez. Esta victoria preparó el camino para su caída; y cuando, en 1081, dirigió una incursión militar no autorizada en el reino moro de Toledo, que estaba bajo la protección de Alfonso, el rey lo exilió de sus reinos. Varios intentos posteriores de reconciliación no produjeron resultados duraderos, y después de 1081 nunca más pudo vivir por mucho tiempo en los dominios de Alfonso VI.
Servicio a los musulmanes
El Cid en el exilio ofreció sus servicios a la dinastía musulmana que gobernó Zaragoza y con la que hizo contacto por primera vez en 1065. El rey de Zaragoza, en el noreste de España, al-Mu'tamin, celebró la posibilidad de que su vulnerable reino fuera defendido por tan prestigioso guerrero cristiano. Rodrigo Díaz de Vivar sirvió lealmente a al-Mu'tamin y su sucesor, al-Musta'in II, durante casi una década. Como resultado de su experiencia, obtuvo esa comprensión de las complejidades de la política hispanoárabe y de la ley y costumbre islámicas que más tarde lo ayudarían a conquistar y retener Valencia. Mientras tanto, incrementaba constantemente su reputación como general que nunca había sido derrotado en batalla.
En 1082, en nombre de al-Mu'tamin, infligió una decisiva derrota al rey moro de Lérida y a los aliados cristianos de este último, entre ellos el conde de Barcelona. En 1084 derrotó a un gran ejército cristiano liderado por el rey Sancho Ramírez de Aragón. Fue grandemente recompensado por estas victorias por sus agradecidos amos musulmanes.
En 1086 comenzó la gran invasión almorávide de España desde el norte de África. Alfonso VI, tras sufrir una aplastante derrota a manos de los invasores en Sagrajas (23 de octubre de 1086), reprimió su antagonismo hacia el Cid y retiró del exilio al mejor general de los cristianos. Pero poco después regresó a Zaragoza, y no participó en las posteriores y desesperadas batallas contra los almorávides en las regiones estratégicas, donde sus ataques amenazaban toda la existencia de la España cristiana. El Cid, por su parte, se embarcó en la larga e inmensamente complicada maniobra política que tenía como objetivo convertirlo en el amo del rico reino moro de Valencia.
Su primer paso fue eliminar la influencia de los condes de Barcelona en esa área. Esto se concretó cuando Berenguer Ramón II sufrió una humillante derrota en Tébar, cerca de Teruel (mayo de 1090). Durante los años siguientes, el Cid gradualmente incrementó su control sobre Valencia y su gobernante, al-Qadir, ahora su tributario. Su momento de destino llegó en octubre de 1092 cuando el magistrado principal Ibn Jahhaf, con el apoyo político almorávide, se rebeló y mató a al-Qadir. El Cid respondió asediando a la ciudad rebelde. El asedio duró muchos meses; un intento almorávide por romperlo fracasó miserablemente en diciembre de 1093.
En mayo de 1094 Ibn Jahhaf se rindió, y el Cid finalmente entró a Valencia como su conquistador. Para facilitar su toma, hizo un pacto con Ibn Jahhaf que llevó a este último a creer que sus actos de rebelión y regicidio habían sido perdonados; pero cuando el pacto había cumplido su propósito, el Cid lo arrestó y ordenó que fuera quemado vivo. Rodrigo Díaz de Vivar ahora gobernaba Valencia directamente, actuando él mismo como el principal magistrado de los musulmanes, así como de los cristianos. Nominalmente había tomado Valencia para Alfonso VI, pero de hecho era su gobernante independiente en todo, menos en el nombre. La mezquita principal de la ciudad fue cristianizada en 1096; un obispo francés, Jerome, fue nombrado para la nueva sede; y hubo una afluencia considerable de colonos cristianos. El estado principesco del Cid se enfatizó cuando su hija Cristina se casó con un príncipe de Aragón, Ramiro, señor de Monzón, y su otra hija, María, se casó con Ramón Berenguer III, conde de Barcelona. El Cid siguió gobernando Valencia hasta su muerte en 1099.
La gran empresa a la que el Cid Campeador había dedicado enormes energías, demostró ser totalmente efímera. Poco después de su muerte, Valencia fue asediada por los almorávides, y Alfonso VI tuvo que intervenir en persona para salvarla. Pero el rey juzgaba acertadamente que el lugar era indefendible a menos que desviara permanentemente grandes cantidades de tropas que se necesitaban urgentemente para defender el corazón cristiano contra los invasores. Evacuó entonces la ciudad y luego ordenó que se quemara. El 5 de mayo de 1102, los almorávides ocuparon Valencia, que permaneció en manos de los musulmanes hasta 1238.
El cuerpo del Cid Campeador fue llevado a Castilla y vuelto a enterrar en el monasterio de San Pedro de Cardeña, cerca de Burgos, donde se convirtió en el centro de culto
La biografía del Cid Campeador presenta problemas especiales para el historiador porque rápidamente fue elevado al estatus de héroe nacional de Castilla, y comenzó a extenderse una compleja biografía heroica de él, en la cual la leyenda desempeñó un papel dominante, magnificada por la influencia del épico poema castellano del siglo XII, El cantar de mío Cid y más tarde por la tragedia de Pierre Corneille Le Cid, interpretada por primera vez en 1637.